A finales de los años 70, Guatemala se vio enfrentada a un aumento en la represión ciudadana que se acentuó drásticamente en 1981, cuándo el régimen militar lanza una ofensiva contra las estructuras urbanas del movimiento insurgente. Como consecuencia, un grupo de niños y niñas, hijos de combatientes del Ejército Guerrillero de los Pobres -EGP-, tuvo que enfrentar junto a sus parientes, un exilio particular en un proyecto para darles cobijo y lo más cercano a un hogar llamado «Las Colmenas», estableciéndose primero en Nicaragua y posteriormente en Cuba.
El documental “Las Colmenas” de Alejandro Ramírez, parte del ciclo de cine “La Voz de los Hijos” que exhibe el museo durante noviembre, recopila los testimonios de los niños, niñas y colaboradores, que fueron parte del proyecto trascurridos más de 30 años.
A continuación compartimos parte de la experiencia vivida por Guadalupe Ortiz Archila, colaboradora en una de las casas de acogida:
En mi caso particular, por los mismos motivos me vi precisada a salir de Guatemala con mis tres hijos de 9 meses, 6 y 7 años de edad.
A finales de 1982, me hice cargo de una esas casas, que en ese tiempo albergaba a 14 niños, algunos de ellos estaban a la espera de viajar a Cuba, donde posteriormente permanecieron en una casa semejante, allí estudiaron y retornaron a Guatemala, cuando las condiciones en el país lo permitieron.
Luego que estos niños viajaron, llegaron algunos más a la Colmena que yo coordinaba. Estábamos a cargo tres personas y nos repartíamos las tareas de manera equitativa.
Los niños pequeños asistían al CDI (Centro de Desarrollo Infantil) en la Colonia San Judas, a donde les llevábamos y les íbamos a traer, allí almorzaban y luego retornaban, quien estaba a cargo preparaba la cena, otra compañera se hacía cargo de supervisar que se bañaran e irse a la cama y una más, de que se levantaran para irse al CDI, a la escuela o al colegio.
Los niños en edad de asistir a la escuela primaria, lo hacían en la Escuela de Monte Tabor, cercana a la casa, había dos que gozaban de beca en el Colegio Centroamérica (de los Jesuitas), en Managua.
Había niños que tenían a alguno de sus padres trabajando en Nicaragua, lo que les permitía verlos el fin de semana, la mayoría de ellos no tenían ese privilegio.
Con los que no contaban con familia en Nicaragua, algunos fines de semana y, en la medida que las condiciones lo permitían, organizábamos paseos, algunas actividades, como llevarlos al cine.
Las personas adultas que estábamos a cargo de todos, nos involucrábamos en las actividades del proceso revolucionario, yo en lo particular, me incorporé al Sistema de Salud, específicamente en salud preventiva (jornadas de vacunación), otras participaban de las Milicias Populares y todas participábamos del CDS (Comité de Defensa Sandinista).
Algunas vivencias:
Iván, que era de los niños pequeños, era muy inquieto y, constantemente estaba quejándose que los niños grandes le pegaban (golpeaban), nosotras sancionábamos a quien lo había hecho, pero un día los niños grandes nos pidieron una reunión a las encargadas y, nos dijeron que sólo se quejaba Iván y nosotras no preguntábamos, sólo procedíamos a sancionarlos. Por supuesto, prestamos más atención y, cuando surgió el siguiente problema, le preguntamos a Iván que por qué le había pegado (golpeado), el que fuera el responsable, y nos dijo “porque yo le pegué”, entonces le hicimos ver que eso no era correcto y se defendió diciendo “pero yo soy chiquito”, por supuesto en adelante fuimos más cuidadosas y le explicamos que todos tenían que respetarse.
En una oportunidad, recién pasado el fin de semana, los niños que tenían a por lo menos uno de sus padres en Nicaragua, habían estado con él o ella, otros recibieron carta de algunos de sus padres, porque había quienes ya no tenían a ninguno; el caso es que Gaby, que es asmática, tenía mucho tiempo de no tener noticias de su padre, que era al único que tenía y por la noche le dio una crisis de asma, hubo que llevarla al hospital y, allí la estabilizaron, regresamos a la casa y al rato, nuevamente la crisis, pero más grave, nuevamente al hospital y cuando se estabilizó, le dieron el alta, pero les pedí que prefería amanecer allí, porque nos había preocupado mucho por su estado tan crítico. Siempre he pensado que estaba somatizando y, no era para menos, era una niña de seis años y con una carga de sufrimiento muy grande. Lamenté mucho que fuera de las niñas que viajaron a Cuba, porque la sabía muy necesitada de afecto, pero afortunadamente, su experiencia fue buena, tuvo mucho cariño y regresó a Guatemala convertida en una joven muy fuerte y, lo que más me conmueve, en una madre muy luchadora y con grandes capacidades para querer, formar y cuidar a sus hijos.
Yo en lo particular, como otras compañeras en similar situación, afrontamos el problema que, en el caso de mis hijos, que perdieron un extraordinario padre, había tenido que arrancarlos de una familia numerosa, unida y muy cariñosa, para llevarlos a un lugar desconocido, en donde no conocían a nadie y, tuvieron que compartir a su madre con el resto de niños, ello indudablemente les afectó, pero aprendieron de la convivencia colectiva, que, desarrolló en ellos valores de solidaridad y compañerismo. La experiencia para ellos al final creo que tuvo más aspectos positivos que negativos, porque, al igual que los otros compañeritos, lograron formarse como personas honestas con grandes valores humanos.
Hoy veo a los niños que tuve en esa época y, creo que, a pesar de las circunstancias tan duras que les tocó vivir, son personas con grandes valores, profesionales exitosos y muchos de ellos, excelentes padres.
22 noviembre, 2016